Entre las características más deleznables de la derecha disfrazada de progre buenaondita están su deshonestidad y su oportunismo, pero quizá la peor de todas es su victimismo. Ante la crítica a su gatopardismo acusan de persecución y acoso. Piden que se les escuche y se les lea, pero no que se les rebata y mucho menos que se les cuestione. Y si se les cuestiona, desde el piso, en su papel de víctima llaman a quienes no les apoyan “terraplanistas, perros con rabia, manada babeante y sarnosa” entre otros adjetivos. Se dicen víctimas de intentos de censura cuando son ellos quienes tienen columnas en periódicos nacionales e internacionales, apariciones en medios privados y hasta programas en medios públicos, financiados, por supuesto, con dinero público. Desde los cuales te pueden amenazar y perseguir como si estuviéramos en pleno macartismo. Y no dudan en utilizar sus privilegios de clase, para sacarte del camino si compartes uno de estos espacios y les resultas incómodo.
Se pueden meter con tu sexualidad, pueden incluso amenazarte en redes incitando a otros a atentar contra tu vida, y jamás reconocerán que actúan de manera incorrecta.
Se proclaman anarquistas anti-partidos, pero van felices a sentarse en las mesas de gobierno y foros con esa izquierda partidista a la que torpedean para evitar que su proyecto de nación avance.
Presumen, como marketing, que les cuida el dealer y no el estado, pero no vacilan en presumir también todos los beneficios que obtienen de un gobierno al que llamaban “militarista, represor y anti-derechos” y por el cual pedían a sus seguidores no votar.
Se llenan la boca diciendo “no llegamos todas” hasta que el gobierno les abre la puerta para que puedan seguir amplificando su voz que, sin esa plataforma, sería imposible.
Se presentan como ciudadanos independientes y activistas por las causas sociales más nobles, pero con una simple búsqueda en Google brotan sus nexos y hasta financiamientos de organismos que son herramienta de intervencionismo extranjero, como USAID.
Lo peor de todo es que, si un día la derecha descarrilase a este gobierno, que hoy es faro y ejemplo para las izquierdas en el mundo (a pesar de los progres buenaondita para quienes ninguna izquierda es suficientemente izquierda), ellos dirían “¿ven? Yo tenía razón” y se acomodarían allá, junto a los hipotecadores del país, como lo estaban en los sexenios anteriores donde, para ellos, Salinas de Gortari era el Lula Da Silva mexicano y Peña Nieto era un galán al que había que aventarle globos con forma de corazón para que le hablara al pueblo de su noviazgo televisa. Ellos, para quienes Andrés Manuel López Obrador, era un secuaz de Calderón y un ignorante a quien el patriarcado le impedía tener dos ideas a la vez.
Afortunadamente para el pueblo, ese hombre tenía una idea muy clara en su agenda social y política, y con esa idea, más de 13 millones de mexicanos salieron de la pobreza durante su sexenio:
“Por el bien de todos, primero los pobres”
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