El reciente y desafortunado evento "Salón Munal" vuelve a poner sobre la mesa las preguntas ¿para qué y cómo funciona un museo?, pero sobre todo pone en evidencia que los organizadores no lo tienen claro.
Este performance colectivo fue burdamente justificado como actividad complementaria de la exposición Melancolía bajo una premisa insulsa y básica:
“La finalidad es transformar las penas en otros estados anímicos a través de relaciones interpersonales y el movimiento corporal. Los participantes formarán constelaciones de cuerpos que dialogarán en el cosmos”
Desde aquí pudieron haberse evitado el penoso escándalo que sucedió a su verbena y hubieran resuelto metiéndose con una gopro al metro en hora pico. La justificación le queda también a esta acción y habrían puesto un video en algún pasillo del museo sin tener que dañar el patrimonio. Pero les pareció que todo podía ser válido y más si se utiliza filosofía renacentista como escudo:
“el cuerpo es el punto de encuentro de todas las fuerzas vitales: el mundo material, la espiritualidad, los elementos naturales y los fenómenos cósmicos. El Estado melancólico sucede cuando hay un desequilibrio de estas energías. El movimiento corporal es un camino para reacomodar estas fuerzas…”
Todo para terminar resolviendo el planteamiento con un disco de salsa y una bocina de sonidero. Deberían preguntar a los oficinistas que todos los días viajan en camión desde el Estado de México al centro de la ciudad, escuchando la música del chofer, qué tan reacomodadas tienen sus energías con esta terapia diaria. Sorprende que con esta justificación tan absurda no hayan incluido en su evento un puesto de carnitas y una hielera con cervezas.
No les alcanzó la creatividad para impartir un taller de expresión corporal o presentar más danza de la que podemos hallar en la casa de cultura local ni se dio una clase de yoga como lo hace el Philadelphia Art Museum, que además la tiene como actividad regular en sus instalaciones.
Este es el resultado de regirse con la política “el fin justifica los medios”. Lo importante es que entre gente al museo, el motivo o la experiencia dentro es lo de menos. Lo mismo con el manejo de sus redes sociales. En el hambre de likes que padecen lo importante no es la calidad del contenido ni la difusión de la cultura sino el número de visitas en un facebook para justificar, con una gráfica, la eficiencia de un empleado(a) que no ha tomado ni siquiera una clase de historia del arte mexicano y que lo mismo puede informar los horarios en el museo que denigrar con un post el acervo del propio recinto o hacer una publicación "graciosa" que no sirve de nada.
Publicaciones de facebook del British Museum en Thanksgiving (izquierda), el Museo Nacional del Prado (centro) y el MUNAL (derecha), éstos dos en 6 de enero |
Utilizar el MUNAL de esta manera representa también una contradicción en el manejo de un espacio cultural porque un estudiante de arte tiene prohibido dibujar en las instalaciones o un músico grabar un recital sin antes haber realizado un engorroso trámite que, en palabras y experiencia del pianista Rodolfo Ritter, llegan a una rigurosidad insultante.
Se preocuparon más por meter gente al museo que por presentar una buena exposición. De principio a fin Melancolía sufre de una penosa curaduría y una infame museografía. Y si ya es una hazaña poder mirar tranquilamente la exhibición con el ruido de los concheros que se reúnen afuera del museo, hacerlo con el ruido de la fiesta salsera que se inventaron dentro de las instalaciones debe resultar mucho peor.
Mini salas y pasillos donde el espectador cuenta con 50 cm aproximadamente para transitar y ver las obras |
Si en realidad este evento se justifica como un enriquecimiento a la exposición bien valdría que los organizadores nos dijeran, ¿cuántas de las personas que bailaron entraron a ver la exposición?, ¿cuántas compraron un catálogo?, ¿cuántas volvieron con más personas a ver Melancolía?
El museo supone ser contenedor y difusor de una creación extraordinaria, de aquello que merece ser preservado en la historia de la humanidad. Entramos a un museo esperando ver lo que en la calle y en la cotidianeidad no vemos jamás, donde podemos reconciliarnos con la humanidad que afuera está perdida. ¿De verdad piensan que así es como se llena un museo?
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