Lola Álvarez Bravo / Frida Kahlo / 1944 |
...And what about me? Molesta, en el fondo. A menudo me daban náuseas entre las copas de champaña. No por el champaña mismo, sino más bien por el ruido de las conversaciones. No a la vista de los collares de perlas, sino por su ruidito, cuando las mujeres los sacudían jugando a la norteamericana. Y esos perfumes que se hacían traer de París, mezclados al olor de los puros habanos de los hombres. Yo sentía nostalgia de los olores de la Merced, del olor a tortillas del Zócalo. Frente a los platos elegantes de nombre siempre francés, me venían ganas de comer una enchilada de mi mamá, un guacamole, un pedazo de ate de guayaba, un poco de cajeta con cucharita y un buen vaso de pulque.
Había exclamaciones de admiración cuando alguien mencionaba el año del vino -siempre francés- y yo me ponía a pensar que en mi país la gente se envenenaba todos los días bebiendo tres gotas de agua estancada. . . Recordaba, con un petitjour -también en francés- en la mano, las fotografías de terrible miseria en los propios Estados Unidos que había visto. Entonces hubiera querido hacerme pequeñita y hundirme aún más en aquellos sillones tapizados de terciopelo extraordinariamente blandos, hechos para el letargo intelectual. Y me preguntaba cómo sería la existencia, por ejemplo, del muchacho que nos servía con tan lindos guantes blancos, la del groom del hotel Barbizon-Plaza, la de los borrachos y los mendigos que arrastraban sus restos de vida hacia el Bowery, a esas horas, en pleno invierno. Volvía a pensar en la carrera del oro y en la Revolución Mexicana, en todas las guerras, las pasadas y las que quizá nos esperaban. I felt sick, you know.
Me preguntaba a mí misma si era honrada. No por encontrarme en un salón burgués, sino porque las cosas en que yo creía eran posiblemente una causa perdida. Y porque yo, de todos modos, estaba del lado del poder y sigo estándolo: por mi educación nada más ¿verdad? Diego, él, no ha dudado nunca, me parece; cambiar de opinión con facilidad no es lo mismo que dudar. En definitiva, quizás yo tenga más integridad que él. Cierta puerilidad que me hace andar más derecho. ¿O no es más que pretensión?
(…) Trataba de no perder de vista las causas nobles que mi conciencia defendía, y de inmediato me invadía una multitud de imágenes de apoyo.
Pero a menudo sentía vergüenza. Y no sólo por mí.
Extrañaba México y no pintaba bastante.
Tomado de "Frida Kahlo. Autorretrato de una mujer", de Rauda Jamis
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