viernes, 16 de noviembre de 2012

Ballet Orión



El juglar
El escenario se encuentra sumergido en la oscuridad primordial, en la oscuridad absoluta y el silencio anteriores a la revelación. La nota más grave perceptible al oído humano escapa desde el lento balanceo de una campana invisible.

La escena se aclara poco a poco y a medida que el negro va cediendo lugar a un gris cada vez más luminoso, el tañido de la campana va agudizándose, hasta alcanzar una nota límpida argentina.

Figuras geométricas aladas se insinúan vagamente sobre el telón de fondo, escuchándose sonidos muy dulces, tintineando en una alegre confusión, parecidos a aquello que al crepúsculo y al alba se escuchan en los Templos de Shiva.

El Andrógino
Una figura semejante a una inmensa ala de libélula se delinea, como un arpa, y un acorde puro y suave sucede al desorden acústico anterior.

Aparece el Juglar, acompañado por el ritmo claro y profundo de instrumentos de percusión. Comienza a bailar como saliendo de un sueño, inventando las formas de la vida. A lo largo de su ejecución, una intensa luz golpea por momentos el círculo de su vientre, que se ilumina como un sol. A cada rayo de luz corresponde un golpe de gong, como las columnas en los templos egipcios responden al primer reflejo solar con su canto pétreo.

Betelgeuse
El primer ser creado por el juglar, comienza a bailar. Se trata del Andrógino, de trágico destino. Su danza se asemeja al conflicto del que son presa los amantes, y poco a poco se define en él lo característico de la dualidad mortal.

Betelgeuse, la estrella más brillante de la constelación de Orión, aparece deslizándose como sobre agua, dilatándose como un surtidor que se curva en espirales de luz. Es el personaje femenino del ballet. Al terminar su danza se repliega hasta el fondo de la escena, semejante a la presencia indescifrable del destino.
El Can 

El Can, bajo las formas del dios Anubis, ejecuta las danzas de las alegrías animales, y enlazado entre el cielo y la tierra se envuelve en las formas geométricas que penden como las telas de araña encadenándolas. Su danza, después de expresar la libertad y el éxtasis, termina con una lucha desesperada por librarse de alas y de los lienzos que lo apresan. Al fin, permanece tendido, inerte, privado de toda identificación.

La escena se aclara más y más, la música se clarifica al tiempo que la luz se hace más intensa.

El gran decorado de escarcha reluce con todas sus estrellas, con todas sus flores, y de un sol que parece de nieve surge poco a poco la imagen del Ave del paraíso. Se mueve como una corola que se abre, desplegándose verticalmente sobre un punto fijo, como un doble abanico vibrante. A cada sacudida de sus alas corresponden ecos cristalinos. Totalmente desenvuelta, su figura se queda suspendida, al resonar una última nota, la luz se hace cada vez más brillante, hasta absorber toda forma visible. La cortina cae, tras un último resplandor, en tanto que se escucha un último acorde.

México 4 de octubre de 1946
Alice Rahon