lunes, 11 de enero de 2021

Rocío Coffeen


Su vida está ligada entre las calles de Tlaquepaque, donde el pasado y el presente comparten un camino que parece no tener división. Es maestra de pintura en el mismo espacio donde nació, un Centro Cultural que antes fue hospital. Trabaja en el mismo taller donde trabajó su padre, Thomas Coffeen, de quien heredó la pintura y un espíritu cálido y humano. Hoy honra esa memoria creando con humildad su propio universo mágico.



¿Cómo fue tu infancia?

Fue padrísima hasta los 9 años, cuando pasó algo complicado que marcó mi vida. Me gustaba mucho jugar, no teníamos televisión entonces, teníamos la libertad en este espacio de jugar …a lo pendejo. Había cerros de arena, porque estaban construyendo, y hacíamos cuevas. 

También era entrar al taller de mi papá. Era un mundo mágico e increíble porque tenía un montón de cosas. Él fue a la Segunda Guerra Mundial. Aún tenemos cosas de la época, había una estufita y tenía cosas que, a mí me parecían mágicas. Como entrar a otro mundo. Recuerdo que él trabajaba aquí, precisamente en este cuarto y siempre tenía su música clásica. Escuchaba jazz, música clásica y de repente saeta española. Era chistoso porque entrábamos aquí y era ver a mi papá pintando, con el olor a aguarrás, los pinceles, la música clásica, la luz, los pájaros cantando y las plantas. Íbamos a la cocina y allí mi mamá con música ranchera y mexicana.

Cruzabas una puerta y entrabas a otro mundo

Sí. Mi mamá prepara sus platillos y le gustaba mucho cantar. Además, mi papá le llevaba 30 años. Mi mamá era una morenaza, mi papá güero, de ojo azul con el cabello blanco, de cincuenta y tantos años. Mi mamá apenas sabía escribir, mi papá era un intelectual. Era muy contrastante.

Mi mamá no entendía nada del arte ni de la pintura. A veces decía “esos tiliches ¿qué?” Creo que a mi papá le dio la oportunidad de poder dedicarse a pintar, dibujar y a dar clases porque mi mamá lo apoyaba. Hacía la comida y nos atendía a nosotros. Fue su tercer matrimonio. Su primer matrimonio fue una poetisa salvadoreña que se llamó Lilian Serpas, creo que en ese matrimonio hubo muchos celos profesionales. 

Me decía “no te cases con un artista, no funciona” Aunque creo que más bien depende de la persona. 

¿Dónde nació tu papá?

En Indiana Sur, en 1910, allí pasó su infancia, adolescencia y parte de juventud y adultez. Cuando inició la Segunda Guerra Mundial le llamaron. Tenemos su diploma, fue dado de baja con honores porque participó desde que inició hasta que terminó.

¿Qué lo hizo dejar su país y venir a México?

La experiencia de la guerra. Después de volver a Estados Unidos empezó a estudiar en el Instituto de Artes de San Francisco, California. Era también ayudante del escultor Raymond Puccinelli, creo que eran vecinos. Mi papá comenzó a ayudarle y sufrió un infarto severo. Las experiencias de la guerra lo marcaron físicamente. Nos platicaba que antes de irse a la guerra iban a publicarle un libro de poemas, porque escribía. Cuando volvió, rompió todo.

No imagino cómo debe ser vivir algo así. Tenía conductas curiosas, a veces nos llevaba a la primaria y cuando pasábamos junto a una pipa de gas nos agarraba fuerte y pasábamos casi corriendo. Yo aún recuerdo la sensación. Tampoco podía ver víboras ni en fotografía. 

Thomas Coffeen. Altar San Martín de las Flores.
Óleo sobre tela
Era de un carácter muy tranquilo, era un humanista. Creo que se adelantó a su época. Cuando éramos adolescentes teníamos prohibido cualquier tipo de spray porque dañaba la capa de ozono. Nosotros no sabíamos qué era eso y él nos explicaba. También teníamos que cuidar el agua. Decía que aquí en México teníamos todo, riqueza cultural, de clima, de frutas y verduras, que lo apreciáramos. Mi papá se enamoró de México, decía que había nacido por error allá en Estados Unidos, pero que aquí había nacido espiritualmente.

Su pintura no tiene nada que ver con la guerra.

Es una exaltación de la vida

Y del color. Le dio la vuelta completamente a la experiencia.



A raíz del infarto el doctor le dijo que ya no podía seguir haciendo escultura. Mi papá quería ser escultor y el doctor le dijo “escultura o vida”. También le dijo que se olvidara de Estados Unidos, que se fuera a otro país. En ese tiempo se acababa de casar con Lilian Serpas y se fueron a El Salvador. Ella era de una familia burguesa y a mi papá eso no le latió, se le hizo muy cómodo. Se separaron y no sé cómo conoció Tlaquepaque, pero se enamoró del pueblo, ya no se quiso ir.

Fue becado por la asociación de veteranos de la guerra para que estudiara artes plásticas y fue el primer alumno que se tituló como maestro de pintura. 

¿Fue tu papá quien te llevó al arte?

Sí, el verlo aquí todos los días pintando. Era muy disciplinado. A las 9 o 10, en cuanto terminaba de desayunar, venía a pintar. Dio clases durante 30 o 32 años, cuando daba clases pintaba en la mañana, comía y se iba a trabajar. Cuando se pensionó trabajaba en la mañana y en la tarde.

¿Cómo descubriste tu interés por el arte?

Cuando estaba en la primaria mi papá me puso a hacer unas copias de Matisse. Las hice con marcadores y colores. No recuerdo qué dijo cuándo las vio, pero nos poníamos a dibujar en hojas recicladas, en los reversos de las invitaciones.

Me decidí cuando mi papá me dio un estuche de acuarelas y unas invitaciones de cartulina. Afuera, en el lavadero me puse a dibujar la fachada de una casa. ¡Se me hizo tan mágico! De un pinche papel en blanco cobró vida. Ahí decidí que iba a ser pintora. Ese fue el momento. Tendría 8 o 9 años. Se me hizo padrísima la experiencia.

¿Qué opinó tu papá?

Me pidió que hiciera cambio de carrera. Antes era muy común pasar de la secundaria a una carrera técnica. Yo estaba haciendo trámites para pintura y mi papá sufrió su segundo o tercer infarto, pidió hablar conmigo y allí me dijo que debía cambiar carrera porque de la pintura era muy complicado vivir.

Me dijo “te puedes meter a una carrera más o menos relacionada con lo que te gusta pero que es más lucrativa y es dibujo publicitario”. Yo ni sabía que existía esa carrera, tenía como 14 años. “Vas a aprender muchas cosas que te van a servir y vas a poder comprar tu material y podrás mantener a la familia”. Porque me dejó encargada de la familia, no sé qué estaba pensando mi papá. Quizá fue porque era medio destrampada. Afortunadamente mi papá no murió en ese momento sino 8 años después.

Dibujo publicitario era lo que hoy es diseño gráfico. Nos enseñaron fotografía, composición, teoría del color. Estaba padre, lo que aprendí allí me sirvió para esto.

Automata. Carbón sobre papel
¿Conoció tus primeras obras?

Conoció mis primeros dibujos a lápiz de grafito. Me daba vergüenza que los viera porque era el maestrazo. Además, cuando trabajé en el gobierno del estado, en los tiempos de ocio me ponía a dibujar. Tuve un jefe que un día llegó y vio un dibujo, me puso una regañada porque decía que estaba perdiendo el tiempo. Eran mis ondas surrealistas y con esa regañada, más vergüenza me daba enseñarle a mi papá, pero un día de pura chiripa los vio y me dijo “¡ah! tú andas en el canal de Remedios Varo” 

¿Habías visto obras de Varo?

No, nunca había visto nada, no sabía quién era. Le pidió un catálogo a otro maestro, lo trajo y dije “wow, sí estamos en el mismo canal”. Me conectó.

Mi medio hermano Carlos también dibujaba, creo que tengo más influencia de él. Murió en el 87, tenía 55 años y yo 24. Trabajaba tinta china, puntillismo, pincel seco y tenía un alucine. Fue alcohólico. Mi papá tuvo 3 hijos. Dos de ellos vivieron aquí por temporadas. Carlos era la persona más introvertida cuando no tomaba, pero si se echaba una copita hablaba hasta por los codos. Al principio era muy poeta, muy filósofo. Alucinabas escuchándolo a hablar. Al final ya quería hacerse daño. Fue complicado. Recuerdo el olor del cigarro con el vino y no era agradable.

Creaba desde su imaginación, eso se me hacía sorprendente. Contrario a mi papá que sí tenía que ver una imagen o una foto y la transformaba totalmente. Él tomaba sus propias fotos. Incluso cuando hacía retratos por encargo, cada vez que pintaba, el retrato se alejaba más de la realidad y yo decía “no se parece nada”.

Viajeros errantes. Material diverso


¿Cómo empiezas a involucrarte con los objetos?

Mi papá tenía un montón de triques. No sé de dónde los conseguía, muchas cosas las trajo de Estados Unidos. Teníamos una conexión especial él y yo, éramos bien “compas”. Tengo una maletita de metal que fue suya y ahí encontré objetos y herramientas. Comencé a encontrarles formas. Empecé a juntar los objetos que me hacían “clic”. Fue como armar un rompecabezas, encontrar el personaje que ya estaba ahí.

Resumen de otoño. Óleo sobre tela
Algo presente en la obra de Varo y en la tuya es la sensación de armonía. ¿Cómo encuentras armonía y equilibrio en la vida?

Es una pregunta muy complicada. He tomado muchas terapias. Creo que los psicólogos son una maravilla. Aunque a veces los quieres agarrar a patadas. 

Quizá es aceptando ciertas cosas que no puedes cambiar y dejando fluir lo que se te da. Por ejemplo, para mí es el dibujo y la pintura, la conexión de la mano y la imaginación, poder plasmar. No querer hacer otra cosa. 


¿Cómo es vivir del arte en Jalisco?

He tenido la fortuna de poder dar clases, aunque ya sabes que el pago es medio simbólico. Cuando llegan las vacas flacas se siente cabrón. Ha habido veces en que comprar un paquete de galletas te descompleta. Pero agradezco mucho al universo y a la vida poder tener este trabajo que me permite pagar la renta. Cuando trabajé como diseñadora gráfica tenía un sueldo seguro y ganaba bien. Cuando me salí empecé a ser freelance, hice ilustraciones para tarjetas de ocasión, eso me permitía tener dinero para comprar materiales. ¡Mira! Lo que decía mi papá. ¡Gracias jefe!

No cambiaría este camino por nada, no importa que haya vacas flacas, no podría hacer otra cosa.

¿Cómo describes el camino del arte?

Como la vida, con ratos chingones y ratos espantosos. Momentos complicados como cuando no vendes obra, no tienes lana o las crisis creativas. Tienes el lienzo y el papel y dices “¿qué hago?”

En mi caso dejo de trabajar, sigo bocetando, pero me desconecto. Es complicado ver algo que amas y sabes que es tu vida, pero en ese momento no hay conexión.

A veces piensas “ya voy a mandar todo a la chingada”.

Soledades. Grafito sobre papel
¿Has querido mandar el arte a la chingada?


Sí. Pasas muchos ratos de soledad. Antes era un obsesiva de la pintura. Ahorita ya le bajé. Pasas largas horas en tu espacio, en soledad. El silencio de la soledad tiene un grito especial. A veces la soledad te come. Es un oficio de muchos contrastes, a veces estás en una exposición, mucha gente, el aplauso, la felicitación y el vestido. Después llegas a tu taller, a tu soledad, que es rica, pero a veces es abrumadora. En el taller no hay aplauso.

En el taller uno es el primer crítico

Afuera también los hay, no siempre te aplauden. A veces te dicen cosas que no son chidas. Tuve un maestro que alguna vez me dijo que no tenía ninguna posibilidad de llegar a ninguna parte con lo que estaba haciendo y fue un putazo. En el momento me tumbó porque fue una exposición colectiva y yo estaba participando con 3 dibujos y me dijo eso. Pero al día siguiente el periódico El Informador publicó uno de esos dibujos, junto a otros más, en primera plana de la sección cultural. Entonces dije “bueno, no ando tan mal”.

Encontré un escrito de mi papá donde decía, no recuerdo bien, que su camino era la pintura, si era un pintor bueno, malo o mediocre, no importaba. Ese era su camino y era el camino que escogía para su vida.

Cuando pasó eso, pensé “igual que mi papá, me vale madres si está chafa, si sirve o no sirve, es lo que yo quiero para mi destino”.

¿Cuál es el mayor placer que te da ser artista?

Poder crear y perderme en un cuadro, en un dibujo. Te desconectas. Esa sensación es indescriptible. Pierdes todo. 

No pasa en todo el proceso, al principio es la talacha, que tome forma la obra. También hay momentos en que el cuadro no está funcionando y no sabes qué es. Dices “¡pinche cuadro!”. Ahí te sientes incómoda y te vas a la cama y lo llevas en la cabeza. O traes la inquietud de solucionar la composición, la estructura, el claroscuro, el tono. La maestra Irma Serna decía que a veces manchabas un cuadro y había una partecita que quedaba chingonsísima. Y tú querías que todo girara en torno a ella, pero esa mancha no funcionaba con lo demás del cuadro. Entonces decía “tienes que sacrificar esa mancha para que funcione el cuadro”. 

Hay un diálogo entre el cuadro y tú. Tienes que saber escuchar el cuadro. Eso lo decía mi papá. En este mismo taller pintaba óleo y en el cuarto de al lado, acrílico. Se sentaba aquí en una mecedora o en su equipal y veía el cuadro 15 o 20 minutos. Decía que tienes que escuchar el cuadro, no sólo pintar a lo pendejo, hay que alejarse, verlo, escucharlo y dejarlo reposar. Lo dejaba reposar. Trabajaba 2 o 3 cuadros a la vez. Cuando se saturaba de un cuadro lo guardaba y no lo pelaba por 2 o 3 semanas. Después ves la obra con ojos más frescos.

Mi papá nunca me dio clases. Entre mi trabajo y el de mi papá no había oportunidad, pero recuerdo que cuando estaba en artes plásticas, traía los dibujos de figura humana y le decía “¿cómo los ves?”. Nunca les metió mano, él era muy respetuoso del trabajo de sus alumnos y lo aplicó en casa. Yo quería que me corrigiera y él me decía “ve esta línea, o esta sombra” ¡qué sé yo! Sólo movía las manos y no tocaba nada. En la escuela me decían “tu papá te ayuda” y yo pensaba “si supieran que no le mete mano”. Yo era un desmadre. También estaba la presión de demostrar que yo hacía mis obras y no mi papá, pero no me lo creían.


Pasajero inesperado. Óleo sobre tela
¿Cómo ves tu trabajo a la distancia?

Muy diferente. Al principio tenía la influencia de Carlos, mi hermano, y el color de mi papá. Ahora aplaqué mi paleta, encontré mi lenguaje. Eso se me hace chingón.

Desde siempre el surrealismo me jaló. Ahora estoy pensando en hacer algo abstracto. A veces uno se queda en la zona de confort y se empieza a repetir porque es cómodo. También quiero hacer paisaje y no se me da el paisaje. Voy a ver qué sale.

¿Cómo sigue presente la influencia de tu padre en tu trabajo?

Siempre está presente. Cuando estaba vivo me dio un cuartito aquí junto. Yo era fanática de la fotografía, tenía mi laboratorio, ampliadora, charolas y cuarto obscuro.

Acababa de entrar a artes plásticas y sabía más o menos dibujar. Ya sabes que en la adolescencia a uno se le sube. Andaba yo muy “sácale punta”. Estaba yo arriba de un banco, arreglando la cocina y llegó mi papá, entró y dijo “oye Rocío, si Dios te dio un talento, que es para dibujar y pintar, no es para que presumas de él ni para que lo desperdicies. Sino para que cumplas con humildad tu destino”. Dio la media vuelta y se fue. Yo dije “¿qué?”. Se me quedó grabado con fuego. Nunca olvidé esa frase. Cumplir con humildad mi destino. Siempre la recuerdo, me aterriza. Bueno, de hecho, esa vez me aterrizó de chingadazo. 

También nos decía otra cosa, porque mi mamá proviene de gente de pueblo, de rancho, muy muy pobre. A veces no tenían para comer y se cambiaban de una ranchería a otra. Una vez ella se encontró una cáscara de plátano tirada en la tierra y se la comió. Le supo a gloria porque estaban en la miseria. 

Cuando eres adolescente te sientes muy acá. Yo, hija de un norteamericano, mi mamá mexicana, mi papá pintor e intelectual. Pero mi papá nos aterrizaba bien sabroso. Entonces me decía “no se sientan elevados, ustedes provienen de gente campo”. Porque cuando él vivía con su familia comían lo que sembraban y cosechaban, producían pan y todo lo que consumían.

Fue una persona muy especial, con un espíritu muy humano. 


Esta entrevista fue publicada en la revista Siglo Nuevo del periódico El Siglo de Torreón el pasado sábado 26 de diciembre en su edición No. 379.

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